Quedamos en el Teatro de las Esquinas de Zaragoza con Miguel Ángel Lamata, un contador de historias que a veces escribe, dirige o produce o todo a la vez. Su historia de amor por este medio comenzó a través del teatro, los cortos, la televisión y el cine.
En 2003 cerró el Paseo Indepencia de Zaragoza, como si de Pilares se tratase, para rodar su primera peli ‘Una de zombis’; en 2006 escribió y dirigió ‘Isi/Disi: Alto voltaje’ con Segura y Flo como protas y luego se atrevió con ‘Tensión sexual no resuelta’ (2010), el título lo dice todo. En 2016 vivimos la bonita historia de amor entre Jenner y Noriega en la Zaragoza más cuqui en ‘Nuestros amantes’ y el cine familiar llegó a su vida con ‘Los futbolísimos’ (2018). En 2022 se pasó a la producción con el documental que todos los aragoneses estábamos esperando ‘Héroes: Silencio y rock & roll’. Estamos deseando conocer a este director aragonés que dejó Zaragoza para buscar fortuna en la capital de España. ¡Ya lo vemos abrir la puerta del teatro!
Miguel Ángel, ¿cómo empezaste a interesarte por el mundo audiovisual?
Desde muy pequeño me gustó mucho siempre ver películas, así de sencillo. Y, paralelamente, me interesaba mucho escribir historias y fantasear con convertirlas en algo más. Esta especie de pasión me acompaña desde los 7 años, entonces parecía bastante inevitable. Es verdad que el mundo del cine te da miles de razones para no dedicarte a él, pero las he ido desoyendo.
¿Cuando fuiste mayor te empezaste a formar en el audiovisual?
En mis tiempos era terriblemente caro, me hablaban de una escuela que había en Londres, la London International Film School que valía una pasta estudiar ahí y nosotros éramos una familia de clase media, así que me venía un poco a desmano irme a Londres. Pero no quería renunciar al sueño y lo que hice fue ponerme a hacer cortos, obras de teatro… He aprendido un poco a base de hostias (se ríe), autodidacta, por decirlo más finamente.
Y cuando comenzaste a trabajar en esto, ¿qué vino primero?
Primero de todo vino el teatro y los cortos. Una amiga me metió un empujón para dirigir un grupo de teatro, porque si no se iba a disgregar, fue una etapa en Zíngaras Teatro, una grupo universitario, de lo poquísimo que sé como director de actores lo aprendí haciendo teatro. Y después ya vino la televisión y enseguida Santiago Segura me propuso producir mi primera película.
¿En la televisión qué hiciste?
Empecé en Antena Aragón, después salté a Antena 3, luego estuve en Vía Digital con Pepe Navarro, después con Bertín Osborne, trabajé con Juan Ramón Lucas, trabajé en El Informal, y alguna cosa puntual de encargo. En televisión tampoco estuve tanto tiempo. A veces se cree que he estado más tiempo en televisión pero en realidad estuve desde 1997 y en 2002 lo dejé y me dediqué a poner todos mis esfuerzos en que mi primera película, ‘Una de zombis’, fuese una realidad.
«He aprendido un poco a base de hostias, autodidacta, por decirlo más finamente»
Vivías en Zaragoza, ¿por qué te fuiste a Madrid?
Yo trabajaba en Antena Aragón y hubo una oferta de trabajo muy buena de Antena 3, con una cantidad de dinero que me sigue pareciendo astronómica, 3.000 euros, y me apetecía probar un poco como era la supuesta liga mayor. Tenía la novia allí, muchos de mis amigos se habían ido para allá y la verdad es que pensé que en ese momento cambiar a Antena 3 podría enseñarme cosas. Yo siempre he funcionado así, donde veo que hay aprendizaje pues tengo una tendencia a acercarme a eso. Era un programa concurso muy ambicioso, aspiraba a ser el rey de su franja, se llamaba ‘Trato hecho’, y ahí que me fui. Fui solamente guionista, pero tuve la sensación de que aprendí mucho, porque la televisión te enseña mucho a no mirarte el ombligo, a pensar que hay un público al que tiene que gustarle lo que le presentas. Esto te lo enseña mucho la tele.
¿Cómo definirías en una frase el rodaje de cada una de tus películas?
‘Una de zombis’ fue una guerra en positivo para la que no estábamos preparados. Al final se puede decir que triunfó, fue un exitito. ‘Isi & Disi: Alto Voltaje’ me dio la confianza de saber que podía seguir siendo un director. ‘Tensión sexual no resuelta’ es la primera película abierta y totalmente personal que hice. Conjugaba las historias que a mí me interesaban contar, sobre todo en clave de relaciones, con lo que entiendo que puede ser un cine de entretenimiento para el gran público. ‘Nuestros amantes’ es una película quizá incluso demasiado personal, pero que también le tengo un cariño enorme porque fue la primera película que además de escribir y dirigir, produje. Es Lamata cien por cien, para bien o para mal.
Y ‘Los futbolísimos’ es una película totalmente de encargo que me dio un montón de cosas muy bonitas, sobre todo en mi relación con los chicos y las chicas. Además es una película extraordinariamente difícil de hacer y que todos disfrutamos muchísimo.
«La televisión te enseña mucho a no mirarte el ombligo, a pensar que hay un público al que tiene que gustarle lo que le presentas»
También has producido el documental ‘Héroes: Silencio y Rock & Roll’ que estuvo nominado a mejor documental en los Goya 2022.
Sentí una gran responsabilidad haciendo esa película y es quizá una de las cosas de las que más orgulloso me siento porque creo que ha hecho feliz a mucha gente. El alcance de esa película, en la que pusimos mucha ambición bien entendida y mucha ilusión, se ha visto más que recompensada.
¿Ese proyecto cómo nació?
Por Alexis Morante, que es un tipo que yo conocí en Los Ángeles cuando fui a hacer la música de ‘Nuestros amantes’. La hicimos allí porque Roque Baños, el compositor estaba allí, y él conocía a otros españoles afincados allí, entre ellos a Alexis que es un gran director. El caso es que Bunbury me escribió y me dijo “oye, este chico que conociste en Los Ángeles quiere hacer una película sobre nosotros, los Héroes, y queremos que se haga, ¿Qué te parecería producirla?”. Tuve una gran responsabilidad porque se la podían haber llevado a productores que tienen mucha más andadura que yo, que solo había producido ‘Nuestros amantes’. Pero me reuní con mis compañeros habituales de fatigas, Raúl García Medrano, Nacho Blasco, que fue guionista, editor de sonido y editor de imagen, y pensamos que merecía la pena arriesgarse.
La película estuvo nominada a varios premios.
La nominación al Forqué llegó porque sí, no hicimos campaña, y la del Goya lo mismo. Fue la constatación de que habíamos hecho algo un poquito a derechas, de que la cosa había hecho click, para empezar porque a los Héroes les había gustado la película, porque ellos eran un poco mi público principal. Se hace la película pensando en una audiencia lo más amplia posible, pero si al objeto del documental no les hubiera gustado, yo personalmente me hubiera llevado un disgusto.
Casi todas tus películas están orientadas hacia el humor, ¿Qué es lo que te atrae de este género?
Hay un escritor que me gusta mucho que dice que el humor no es tanto la capacidad de hacer reír a tus semejantes, que también, sino la herramienta de la que echamos mano diariamente para no volvernos locos. Y es verdad que el humor es algo que necesitamos y, de hecho, en obras de teatro extraordinariamente dramáticas, como ‘Un tranvía llamado deseo’ o en muchas de Chéjov, hay mucho humor. En Shakespeare, en sus tragedias, hay mucho humor. A mí me ayuda a sentirme vivo cada día.
¿Qué te gusta más: ver una buena serie o ver una buena película?
Una buena película, no tengo nada en contra de las series, me gustan mucho y veo muchas, pero realmente mi formato son historias que oscilan entre una hora y media, dos horas o dos horas y algo. El teatro también me apasiona mucho, aunque soy una persona más de cine.
¿Y te gustaría dirigir una serie?
Bueno, ha habido acercamientos, ideas, hemos movido proyectos, y es una cosa que me gustaría. Hay cosas que no quiero morir sin hacer. Por ejemplo, siempre quise hacer una película juvenil y ya la he hecho; siempre quise rodar una historia de amor pura y dura, la hice. Hacer una serie no estaría nada mal. Hay conceptos que tenemos en la cabeza que podrían cristalizar más como serie que como película, pero en general siento una irresistible atracción hacia las historias de aproximadamente dos horas.
Últimamente el cine dirigido por aragoneses está on fire, ¿cómo lo ves?
Para mí es maravilloso verlo y formar parte de ello, yo soy el abuelo de casi todos estos, tengo 56 años. Javier Macipe que acaba de hacer su película ‘La estrella azul’, que es buenísima, es un peliculón del primer al último fotograma, o ver las películas dePaula (Ortiz), de Pilar (Palomero), deNacho (García Velilla), de Gerald (B. Fillmore). Ahora Gerald está haciendo un largometraje que he leído el guion y es también formidable, super original. Las películas de Pablo Aragüés, Natalia (Moreno), Gala (Gracia), yo nunca he vivido un momento así del cine aragonés y hay que apoyarlo porque ya no es un sueño, es una realidad. Hay gente que está saltando de nuestras fronteras, no al resto de España, sino a Europa, el cine aragonés empieza a ser algo muy gordo y me hace muy feliz.
Siempre que puedes vuelves a Aragón, te vemos en festivales, en estrenos de películas, ¿te tira tu tierra?
Absolutamente. Mi familia está aquí, muchos amigos míos están aquí y me resulta siempre muy excitante rodar en Aragón. Además me gusta mucho la búsqueda de decir esta historia cómo aterriza en Aragón o ¿puede aterrizar en Aragón la historia? Y siempre es sí, entonces te pones a buscar los sitios y cuando la cosa empieza a cristalizar, eso me parece muy wonderful. Empiezas a ver que, verdaderamente, no es una cuestión de encabezonamiento tuyo, sino que Aragón es realmente muy buen plató y con muchas facilidades para rodar aquí.
«Aragón es realmente muy buen plató y con muchas facilidades para rodar aquí«
Ahora estás en Zaragoza porque recibes un homenaje en la Muestra de Cortometrajes Aragoneses de Delicias.
Completamente inmerecido, pero sí, lo recibo. Lo acepto.
¿Y qué tal?
Lo de los homenajes siempre da cierta congoja porque mientras haya por ahí un señor que se llama Steven Spielberg que sí que tiene una trayectoria… pero la verdad, que te reconozcan en tu tierra siempre mola muchísimo y sirve de espaldarazo para hacer más cosas. Hemos hecho seis peliculitas, se acuerdan de uno, eso está muy bien, y vamos a ver si hacemos otras seis a continuación.
Les quiero dar las gracias porque el corto es la base de todo. Los directores de cine existimos, hacemos películas, porque nos dio por hacer un cortito, con el cortito descubrimos que nos gustaba la experiencia, no nos quitó las horas de sueño suficientes ni nos dio los sinsabores suficientes para tirar la toalla y no se si habrá muchos directores que no hayan hecho cortos. Me parece bastante sensacional que exista esta Muestra porque le da la oportunidad a mucha gente de que podamos ver sus películas y eso es decisivo.
Si te jubilaras ahora, ¿dónde te irías a vivir?
Se me ocurren varios sitios, vivir en otra dimensión estaría bien, a ver qué se cuece ahí. Vivir una temporada en el cielo y otra en el infierno, para ver si el cielo es el sitio donde todos queremos estar, o el infierno es en realidad el sitio que mola, pero tiene peor agente de prensa. Pero me apetece jubilarme el día en que muera, ese es el día en que diré bueno pues me jubilo ya.
¿Cuál es el futuro laboral de Miguel Ángel Lamata?
Producir y dirigir la película ‘El árbol y el ruiseñor’, estamos produciendo aquí (Zaragoza) con Raúl García Medrano, que es una historia de amor en clave de cine de terror, después me espera ‘Los futbolísimos 2’, hay un proyecto de una película musical que tiene muy buena pinta y estamos trabajando para que ‘Mujeres que compran flores’, la adaptación al cine del best seller de Vanesa Montfort, se haga en 2025.
¿Empiezas a rodar próximamente alguna de ellas?
Sí, el año que viene, en el primer trimestre del 2024, atacaremos ‘El árbol y el ruiseñor’.
Cinéfilo, profesor, escritor, presentador, director junto a David Trueba del documental ‘La silla de Fernando’, incluso extra en películas y cortometrajes, la carrera de Luis Alegre Saz quedó marcada desde su infancia por su padre, que le transmitió su pasión por la cultura y el cine, y su madre, de quien heredó su amor por las personas y la enseñanza.
Nacido en Lechago (Teruel, 1962), estudió empresariales, aunque siempre ha estado vinculado al séptimo arte. A los ocho años se enamoró por primera vez viendo una película, ‘Del rosa… al amarillo’, y a los once ya dirigía un cineclub y escribía reseñas de películas. Dice del cine, ese arte que nos hace soñar y vivir en otros mundos, que también le ha hecho mejor persona. Conocemos a Luis Alegre en este nuevo Secuenciando a.
¿Cómo surge tu idilio con el mundo del cine?
El origen de mi idilio con el mundo del cine está clarísimo porque tuve la suerte de que mi padre, que era un campesino de Lechago, de un pueblecito del Teruel profundo, tenía una enorme sensibilidad hacia la cultura, la literatura, el periodismo, el cine, y él me contagió todas sus pasiones. Recuerdo irme con él al huerto de la mano, recitándome poemas de Machado, hablándome de películas de Alfred Hitchcock, de Ingrid Bergman, de Buñuel, al que él había conocido en Francia porque iba de vez en cuando allí a trabajar a la vendimia. Allí nació, sin lugar a dudas, y desde muy pequeño, mi fascinación por el mundo del cine.
¿Qué te atraía especialmente de ese mundo?
Voy a decir un tópico, pero es que es verdad, el cine te permitía soñar, volar a otros mundos, y eso es una experiencia muy fascinante. Y te permitía enamorarte. La primera vez que me enamoré fue viendo una película, con 8 años, ‘Del rosa… al amarillo’, en la que me enamoré completamente de la niña protagonista. Y algo que es capaz de provocar esos sentimientos y esas sensaciones tan poderosas, inevitablemente te engancha y, de alguna manera, me convertí en un adicto a algo que me provocaba tanta emoción y sensaciones tan agradables e insólitas, tanta felicidad. Luego, con el paso del tiempo, además, es un arte que sirve también para abrirte los ojos a determinadas realidades colectivas, individuales, te enseña muchísimas cosas sobre ti mismo, sobre la condición humana, y por eso el cine es para mí algo tan hipnótico y tan grande, porque de alguna manera te vuelve mejor persona.
A pesar de esa temprana fascinación por el cine, luego estudiaste empresariales
Sí, mi padre también ahí fue fundamental. Con 18 años, las circunstancias económicas de mi familia no me permitían irme a estudiar cine o periodismo a Madrid o Barcelona. Mi padre me dijo: “hijo mío, tu puedes seguir amando el cine, puedes seguir escribiendo, puedes seguir haciendo todo sin necesidad de estudiar, y te recomiendo que estudies economía porque te va a ayudar a entender mejor el mundo, además se te dan muy bien las matemáticas y eso te puede facilitar el estudio”.
Le hice caso y, por otro lado, es que yo tenía desde niño otra vocación, relacionada con la enseñanza. Mi padre era cultísimo, pero completamente autodidacta, y mi madre dejó de estudiar a los once años porque estalló la Guerra Civil y dejó de ir a la escuela, pero en nuestra casa siempre se respiró un amor muy grande por la enseñanza. En nuestra casa de Lechago se alojaban las maestras que iban al pueblo y mi madre entabló una amistad especial con una de ellas, con Doña Elvirín, que nos marcó a todos. Crecí respirando amor por la enseñanza y con once o doce años ya daba clases particulares a mis compañeros y a chicos más jóvenes.
Al estudiar empresariales, más que para trabajar en una empresa, lo que me apetecía y conseguí era convertirme en profesor de universidad alrededor de las materias que estudié. Y mi padre tenía razón, porque he logrado combinar eso con mi dedicación al periodismo cultural y cinematográfico, mi activismo cultural, y mi dedicación también a hacer un documental como ‘La silla de Fernando’. En ese sentido, estoy muy satisfecho, vete a saber qué hubiera sido mi vida si aquí hubiera habido una escuela de cine o de periodismo y hubiera elegido una de las dos; nunca se sabe, igual hubiera sido menos feliz.
Te hemos visto haciendo de extra en películas, cortometrajes, también detrás de la cámara en el documental ‘La silla de Fernando’, ¿en algún momento pensaste en dedicarte de manera más exclusiva al mundo del cine, delante o detrás de las cámaras?
No, he dedicado más tiempo al cine del que yo pensaba que iba a poder dedicar y me siento afortunado por eso, porque en la universidad he dado clases durante muchísimos años, pero con un contrato de dedicación parcial, que me permitía tener margen para dedicarlo a mis actividades relacionadas con la cultura, el cine y el periodismo.
Has presentado tertulias, moderado debates, impulsado actividades culturales. ¿Hay alguna que recuerdes con más cariño o por la complejidad que supuso ponerla en marcha o desarrollarla?
Con once años empecé a dirigir un cineclub, en el colegio donde estudiaba, porque el tutor que teníamos se daba cuenta de que yo estaba hablando todo el rato de películas, de actores, de directores, y me propuso dirigir el cineclub, moderar los cinefórums después de las proyecciones, escribir reseñas de las películas, y lo pienso y digo: «pues tantos años después sigo haciendo un poco lo mismo» (ríe), y eso también me parece bonito. He hecho y hago muchísimas cosas, y al ciclo de La Buena Estrella, que dirijo en la Universidad de Zaragoza y que nació en 1996, que ha cumplido 27 años, le tengo mucho cariño porque me ha dado muchas alegrías y me ha permitido conocer y cultivar la amistad de gente a la que admiro y que, en muchas ocasiones, se han convertido en amigos.
Pero también los festivales de cine, como el de Tudela, que dirijo, me dan muchas satisfacciones; otros en los que colaboro, Málaga, La Almunia, Jaén, Almería, Huesca, Zaragoza en ciertas etapas. Porque otra de mis pasiones, también contagiada en mi casa, por mi madre, es mi gusto y mi amor por la gente, y los festivales y ciclos de coloquios me han permitido conocer y tratar y cultivar la amistad de mucha gente relacionada con el cine, y lo seguiré haciendo hasta que el cuerpo resista.
Otra actividad que me ha permitido disfrutar del cine más allá de ver las películas es el periodismo. Desde que empecé a escribir con once años, en los 80 en la universidad, luego lo hice en Andalán, en Heraldo de Aragón, en Radio Zaragoza Cadena SER, en multitud de radios y revistas, y eso también me ha permitido conocer la trastienda del mundo del cine y de sus protagonistas y me ha provocado muchas alegrías, satisfacciones y me ha enriquecido, me ha convertido en una persona mejor.
«Berlanga, Azcona y Fernán Gómez son para mí la Santísima Trinidad»
Conoces a muchísima profesionales del cine precisamente por estas actividades, ¿hay alguno que sorprendería al público si lo conociera en persona porque no se esperaría como es?
Es una pregunta compleja, porque no se qué imagen tiene para la inmensa mayoría del público Javier Bardem, por ejemplo, pero es un ser completamente cálido, entrañable, adorable, uno de mis grandes amigos y un tipo de lo más cariñoso y generoso, y a veces tengo la sensación de que la gente percibe de él una imagen que no se corresponde con esa realidad que yo vivo con él desde hace 32 años que lo conozco; por poner un caso muy señalado.
¿Qué género cinematográfico te apasiona?
Soy de gustos muy versátiles, porque lo que me gustan son las películas que me conmuevan, que me diviertan, que me exciten intelectualmente, que me hagan pensar que la vida merece la pena porque exista esa película que me ha despertado una sensibilidad, porque me ha despertado emociones sublimes o maravillosas o simplemente porque me ha entretenido, me ha hecho reír, me ha ayudado a comprender la condición humana, a ser más empático, más solidario, más sabio, cualquier película que consiga alguno de esos objetivos, aunque sea pequeño, me gusta. Entre mis películas favoritas hay muchos géneros, me gustan mucho las comedias románticas, las tragicomedias de Berlanga y Azcona, me gusta muchísimo el cine negro, el melodrama romántico, el cine cómico de Buster Keaton y Charles Chaplin, ‘El apartamento’ que es una tragicomedia, pero que en el fondo no tiene género. Me gustan también bastantes películas del oeste, westerns, John Ford. Y me gusta mucho Woody Allen o de los españoles, Berlanga, Azcona y Fernán Gómez son para mí la Santísima Trinidad.
Las plataformas han llegado para quedarse, ¿le han hecho un flaco favor al cine o están ayudando?
Las plataformas tienen, como todo en la vida, sus luces y sus sombras, pero compensan las luces con diferencia. En primer lugar, han revitalizado la industria, se hacen más películas y más series que nunca y eso significa que la industria es más potente y más rica que antes, y que los profesionales tienen más trabajo.
Las plataformas han aumentado la oferta de una manera abrumadora para los espectadores. Claro que tienen inconvenientes en el sentido de que esos espectadores que se quedan enganchados a las plataformas pues van al cine con menos frecuencia y eso también condiciona el tipo de cine mayoritario que se hace o que merece la pena hacerse desde un punto de vista económico. Y hay un tipo de cine que parece bastante condenado a la marginalidad en las salas, aunque internet también propicia nuevos circuitos para que esas películas se acaben viendo.
Es un asunto muy completo para resumir, pero diría que las plataformas han revitalizado la industria audiovisual, y desde ese punto de vista me parecen muy interesantes, que han aumentado la oferta de productos audiovisuales, películas, documentales, series, y eso creo que es muy bueno, que el espectador tiene más entre donde elegir, pero que al mismo tiempo han supuesto un golpe para las salas de cine tradicionales, que se ven obligadas a adaptarse a los nuevos tiempos y que también condena a la marginalidad, en esas salas de cine, a un cine más minoritario. En cualquier caso, creo que están revolucionando el mundo audiovisual y debemos adaptarnos a esa situación y tratar de potenciar sus luces y que las sombras no sean capaces de arruinar una cultura cinéfila que, a veces, parece que está condenada a la marginalidad,
«El audiovisual aragonés vive un momento completamente excepcional, muyalentador y muy brillante»
No, yo es que tengo tantas cosas en la cabeza, tantas cosas que hacer y tantas tareas, que veo las series con cuentagotas. Soy cinéfilo, pero no soy seriéfilo, pero de vez en cuando si hay una gran serie, como ‘The wire’ o ‘Los Soprano’, en series se pueden hacer también obras maestras, y las obras maestras no suelo perdérmelas. Pero también me pierdo, porque como hay tantas, a veces eso me produce una cierta ansiedad, saber que hay cosas que no me puedo perder y que me pierdo por fata de tiempo y por excesiva oferta. Esa es una pega que le veo a las plataformas, que me produce esa ansiedad, pero he de aprender a vivir con ella, a relajarme y saber que no puedes ver todo, ni siquiera lo mejor.
Películas que todo el mundo debería ver
He nombrado películas que son debilidad mía, pero yo diría que en el cine español hay cinco películas que yo recomendaría de una manera muy entusiasta que son ‘Viridiana’, de Luis Buñuel; ‘Plácido’ y ‘El verdugo’, de Luis García Berlanga; ‘El extraño viaje’, de Fernando Fernán Gómez; y ‘La caza’, de Carlos Saura. Por diferentes razones, me parecen películas fundamentales y que forman parte, además, de la edad de oro del cine español, que va de finales de los años 50 hasta mediados de los años 60. Ahí se provocó una coincidencia de los mejores, en su mejor momento, con Berlanga, Azcona, Fernán Gómez, Carlos Saura, que dieron origen a esas maravillas de películas.
En cine internacional es que hay cientos de películas que adoro, ‘El apartamento’, de Billy Wilder; ‘Luces de la ciudad’, de Charles Chaplin; ‘El maquinista de la general’, de Buster Keaton; o ‘Carta a una desconocida’, de Max Ophüls ‘Retorno al pasado’, de Jaques Tourneur; ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, de John Ford, de los clásicos. Pero en los últimos cuarenta años hay películas de Woody Allen, de Tim Burton, de David Lynch, de Paul Thomas Anderson, que me encantan.
¿Cómo ves el panorama audiovisual aragonés?
Está viviendo un momento completamente excepcional, como nunca lo ha vivido en su historia. Aragón ha dado a ilustres como Segundo de Chomón, Florián Rey, Luis Buñuel, Saura, Forqué, y en los años 60 y 70 muchos de ellos coincidieron haciendo cine y fue muy brillante, porque también estaba Antón García Abril como músico, Paco Martínez Soria como uno de los actores más populares de España. Pero si nos ceñimos al siglo XXI, el momento que estamos viviendo ahora, desde hace unos años, es muy alentador, muy brillante, con talentos desde que Miguel Ángel Lamata en 2004 estrenó ‘Una de zombis’, hasta ‘La maternal’, de Pilar Palomero, y el documental sobre Labordeta, de Gaizka Urresti y Paula Labordeta. Ha habido una acumulación de gente nacida en Aragón, algunos de ellos siguen trabajando en Aragón, profesionales de todo tipo, directores, intérpretes, técnicos, que me parecen de primera categoría y esto solo es el comienzo, nos van a seguir dando muchas alegrías en los próximos años y solo podemos felicitarnos y tratar de incentivar y de alentar ese periodo de esplendor.
¿Cómo puede hacerse?
Ofreciendo infraestructuras y apoyos. Infraestructuras como platós, estudios, también educación, potenciar la formación audiovisual, ayudas del Gobierno de Aragón a través de la Corporación Aragonesa de Radio y Televisión, las Film Commission que también hacen una labor extraordinaria. Una combinación de estímulos públicos, privados, de infraestructura, de formación, potenciar el territorio como tierra de rodajes, que es algo que se está haciendo, Aragón es una tierra privilegiada para acoger rodajes de todo tipo porque tiene escenarios de todo tipo.
«Estoy escribiendo un libro sobre el director de cine Antonio del Amo. Su vida es como un espejo del cine español y de la España de su tiempo, desde la Guerra Civil a la Transición«
¿Qué es el cine para Luis Alegre?
Es un arte y una fábrica de emociones provocadas de una manera completamente original, a través de la imagen y del sonido, y que me ha dado algunas de las mayores satisfacciones de mi vida y me ha hecho mejor persona.
Se bromea muchas veces con la cantidad de amigos que tienes en el mundo del cine, pero ¿cuántos amigos tienes, los has contado alguna vez?
No, ¡ni pienso! (ríe) Pero cuando hablo de las satisfacciones del mundo del cine incluyo también la cantidad de gente a la que he conocido gracias al mundo del cine
¿En qué trabajo podremos encontrarte próximamente?
Ahora estoy escribiendo un libro sobre un director de cine muy desconocido, español, que se llama Antonio del Amo, que empezó a hacer cine nada más estallar la Guerra Civil, empezó a hacer documentales al servicio del bando republicano y su última película la estrenó el año que murió Franco. Su carrera coincide casi exactamente con el franquismo y tiene una vida de lo más apasionante. Es el abuelo de Rodrigo Sorogoyen, aunque apenas tuvo relación con él porque murió cuando Rodrigo tenía nueve años, lo conoció muy poco, pero su vida es muy apasionante porque en ella se cuela la España de la Guerra Civil, de la posguerra, de la dictadura, de la transición y es como un espejo del cine español y de la España de su tiempo, con detalles extraordinarios. Tardaré un par de años en publicarlo, porque ahora estoy en proceso de investigación.
“¿Tienes cara? Te maquillo”. Bien podría ser el lema vital de Ana Bruned, maquilladora, caracterizadora y profesora. Nacida en Jaca, esta oscense trabaja en el audiovisual (televisión, cine, cortometrajes, documentales, videoclips, publicidad); en teatro, ópera y ballet; fotografía y moda, espectáculos de calle; maquillaje de novias y eventos; para marcas comerciales y personajes del mundo de la política, la sociedad y la cultura española, como el rey Juan Carlos I, Penélope Cruz, José Coronado, Ainhoa Arteta, Raphael, Chenoa, Mecano, Los Secretos y un sinfín de caras conocidas y que quedaron bien guapas en sus manos.
Ganadora de dos premios Simón por ‘Leonardo muere’ y ‘Las pesadillas de Cajal’, y de dos cigüeñas de Fuentes de Ebro por su trabajo en ‘La tierra muerta’ y ‘Ofra&Khalil’, la seguimos fielmente en redes como Abrumada y, durante la entrevista, no pudimos pasar más de medio minuto seguido sin que nos hiciera reír. Risueña, bromista y algo vergonzosa ante la cámara, conocemos la trayectoria de Ana Bruned en este nuevo Secuenciando a.
¿Cómo comienzas en el mundo del maquillaje y la caracterización de forma profesional?
Vería alguna película (de niña) y diría: “papá, esto me encanta”. En principio lo que me gustaba eran las Bellas Artes, estuve en la Escuela de Artes Aplicadas y me fascinó, y estando allí fue cuando, de repente, no sé por qué, decidí que quería hacer maquillaje. Aquí en Zaragoza no había, me fui a Madrid y allí, como todavía no había conformado un grado de caracterización que ahora sí que lo hay, busqué a los mejores profesores de maquillaje en cine, en televisión, fotografía, teatro. Fui haciendo cursos y el de teatro, que impartía Juan Pedro Hernández, un caracterizador de TVE, maquillador de Isabel Pantoja y de Pedro Almodóvar, me recondujo al maquillaje de cine, tv y fotografía.
Estando en su clase le llamaron para hacer una película, de Manuel Iborra y Verónica Forqué (‘Caín’), que se iba a rodar en Cádiz, para ver si podía él. Como él no podía, me preguntó si quería ir yo, y como yo no tenía ni una pizca de conocimiento, le dije que sí y fui sin tener ni idea de nada. No me había leído un guion en mi vida, estaba recién salida del curso, me planté allí y estaba todo el rato con la boca abierta, no me enteraba de nada. Todavía no sé cómo pude hacer aquella peli o cómo no me despidieron.
¿Y cómo afrontas ese primer trabajo? ¿Qué recuerdos guardas?
Fue una pasada, porque fueron dos meses en Cádiz, fuera de todo el entorno que tenía habitualmente. Nos llevamos todos muy bien, fueron dos meses de despedirnos y llorar y, de hecho, ese año quedamos en Nochevieja allí. Aprendí mogollón porque la gente que estaba en mi entorno era muy buena trabajando, llevaban tiempo y me encanta como nadie me puso ninguna zancadilla, pensé “qué buena gente”. Porque con cuatro zancadillas me hubiera roto el cráneo, me lo iba rompiendo casi sola, pero muy bien, lo recuerdo fenomenal.
Cuando acabas ese trabajo en Cádiz, ¿vuelves a Madrid o a Zaragoza?
Ya me quedo en Madrid porque ya me estaban saliendo cosas, y pensé en probar allí porque aquí en Zaragoza no tenía ningún contacto tampoco. Me fui de trabajar en bares a estudiar maquillaje en Madrid, por lo que no tenía ningún contacto del medio audiovisual en Zaragoza, los hice en la peli, mientras estaba aprendiendo, y ya me quedé en Madrid. Luego por circunstancias personales me vine a Zaragoza, empecé a tener un entorno laboral en proyectos de fotografía, de moda, a finales de los 80 y principios de los 90. Los últimos coletazos en Madrid fueron en videoclips y dos largos que fueron un horror, un sufrimiento horroroso por el que dije “no vuelvo a hacer cine”, pero no, he vuelto a trabajar en ello.
Trabajas en cine, moda, novias, eventos…
Si es una cara maquillable, yo maquillo. ¿Tienes cara? Maquillo (ríe).
Lo primero que llegó fue una película y cine, pero después, cuando te empiezas a asentar en Zaragoza, ¿en qué te centras?
Me centro en teatro y en moda. Un profesor de la escuela de teatro, cuando se enteró de que había aprendido en Madrid, me ofreció hacer los maquillajes de fin de curso y, luego, dar cursillos. Y otra vez sin conocimiento le dije que claro. Ahora lo pienso, desde donde estoy, y digo: “cómo di clase, cómo pude dar esas clases de maquillaje”, porque impartir docencia es algo serio. Pero lo hice, me picó el gusanillo y ahora es una de las cosas que más me gusta, dar clase. Luego, de hecho, me formé un año completo como formador de formadores. Mi fantasía sería dar clase, y hacer algún cortometraje de vez en cuando.
«Hay algo muy satisfactorio, que jamás pensé que lo diría, que es el maquillaje a particulares; siempre hay satisfacción absoluta»
¿Qué te aporta cada faceta?
La moda está muerta, no aporta nada, porque se hace algún catálogo, pero incluso cuando la moda está viva, las editoriales no remuneran apenas. El teatro no aporta dinero, pero aporta una satisfacción, y dando clase cada año aprendo, porque aprendo de los alumnos y me parece de lo más fascinante que puedo hacer, porque yo les enseño y ellos también me enseñan y es maravilloso.
La caracterización, se me caen las lágrimas de la emoción, es de lo que más me gusta. En el corto ‘Cardelinas’ (2020) hay muchísima caracterización y no se ve, pero es una pasada porque hay caracterización de época y efectos especiales, marcas de hematomas en la piel, en las muñecas, todo eso no era algo visible, no es sangre; lo difícil es hacer algo que no haya sangre y que quede creíble.
Los eventos me gustan y proporcionan dinero. Y hay algo muy satisfactorio, que no pensé jamás que lo diría, que es el maquillaje a particulares. Es fascinante por un doble motivo: porque hay casi un documental a cada sitio que vas, por las interacciones de la gente, es maravilloso, y luego porque son momentos muy gratificantes, son personas que están por la labor, siempre hay satisfacción absoluta, no hay nada de malo.
¿Cómo has vivido la evolución en los materiales con los que trabajas?
Ahora los materiales te permiten hacer unas capas finísimas, las siliconas que se utilizan, incluso los materiales para captar el molde, los tiempos de vulcanización de todo, es todo mucho mejor. Antes en el cine se maquillaba con “pan stick” que es el horror de todo, porque no había una definición total. Yo soy fan del cine, pero no entiendo para qué hace falta un 8k. Eso para los documentales de naturaleza, que hace falta ver bien todo, pero para una piel es matar a los actores; queremos ficción-ficción, no necesito verle el poro entero a esa persona. Los adhesivos de ahora ¡cómo son! Los de antes o brillaba o el látex te intoxicaba.
Un trabajo especial para ti
Uno especial fue el primer trabajo que hice, el primero de mi vida, remunerado y que aprendí mucho, el largometraje de ‘Caín’, de Manuel Iborra y con Verónica Forqué. ¡Qué mujer, qué memoria tenía! Vino a Zaragoza a hacer ‘¡Ay, Carmela!’ y me llamó por teléfono para darme invitaciones. Al paso de los años, en el 93 fuimos a hacerle una entrevista y conforme entramos en su casa me saludó por mi nombre. Y yo pensando: “ ¿te acuerdas de mí? ”. Me pareció increíble. Luego vino ella a una conferencia en el Instituto Aragonés de la Mujer y lo mismo, pero habían pasado 500 años más.
También fue especial el videoclip de Mecano, ‘La fuerza del destino’, porque conocí a bastante gente; otro con Los Secretos, que son cosas que te marcan por cómo son ellos. Porque luego he tenido trabajos con gente muy conocida, pero que no me ha dejado huella. Me da igual eso, es la impronta humana la que deja huella.
¿Cuáles son tus maquillajes y caracterizaciones favoritas? ¿Cuáles te han resultado más difíciles?
Mi favorita es la de ‘Cardelinas’ y una que me resultó difícil, que fue para un vídeo de una obra audiovisual, es ‘Picasso adora la Maar’, que eran los cuadros de Picasso maquillados como trampantojos. Fue chulo, pero la gente se pensó que eran animaciones de vídeo, cuando en realidad eran maquillajes que se fundían con el fondo. De ese trabajo estoy super contenta. Hace poco se recogió en una exposición en el Torreón Fortea y el cartel de esa muestra sobre el trampantojo, también lo hice, dibujando mariposas monarca en la cara (de la modelo), que me llevó un ratico.
«Hay mucha gente con la que siempre trabajaría. Me dirían: «Estás condenada a trabajar con ellos» y sería una condena muy rica»
¿Hay algún director o actores con los que te gustaría especialmente trabajar? ¿O con el que dirías “repetiría toda mi vida”?
Con Alberto Andrés Lacasta repetiría toda mi vida, hay muchos con los que repetiría, con Luis Larrodera también. Me encantaría trabajar con los Coen; con Keanu Reeves, me encantaría maquillarlo, ser su asistente, que me dijera “Ana tráeme, por favor, un vaso de agua” y yo diciéndole que sí aunque no sea mi misión (bromea).
Repetiría siempre con Gorka Otxoa y Barbara Goenaga, con quienes he trabajado en la película ‘Para entrar a vivir’. Trabajaría siempre con Jorge Usón y Carmen Barrantes, todo el rato. Me dirían: “Estás condenada a trabajar con ellos”, y sería una condena muy rica.
Hay mucha gente con la que siempre trabajaría, no os podéis imaginar, más que con la que no trabajaría. Si eres el mejor artista del mundo y eres un capullo, no quiero trabajar contigo, esto me ocurrió en Madrid; la gente que grita al equipo no me gusta, no es necesario hacer eso.
¿Cómo está tu sector en Aragón ahora?
Muy degradado, es terrible, realmente no hay trabajo. Cuando hay mucha oferta de trabajo, hay oferta de calidad, hay una selección de calidad y la gente se preocupa por seguir formándose fuera, por continuar perfeccionando para llegar a un nivel potable, pero se hacen muchas cosas a low cost y se tiene trabajo de low cost, pero esa referencia no es cierta. Estoy con pena porque ya en España hay poco, pero en Aragón peor.
Hay que formarse bien, yo continúo formándome, hace poco he hecho el grado de producción audiovisual y no descarto hacer algo de iluminación, aunque no vaya a trabajar en ello, eso hay que hacerlo.
Es un debate complicadísimo, porque ¿dónde establecemos el límite de quién es profesional? ¿Te ganas la vida con ello dignamente? Antes de la pandemia me ofrecieron una entrevista de trabajo y me dijeron que el pago era salir en los títulos de crédito, pero esto es mi trabajo, tengo que pagar autónomos, el material y vivir de esto; esas desfachateces las tendríamos que guardar.
Si Ana Bruned no fuera maquilladora, ¿qué sería?
Actriz…
Pero ya has hecho pinitos como actriz…
Me parto, ¡qué vergüenza! (ríe). Realmente lo que me gustaría sería ser escultora.
¿Cuáles serán tus próximos trabajos?
Hay proyectos, porque ahora estamos con el tema de las subvenciones y en este último trimestre te piden cartas de compromiso, entonces tengo firmadas un montón. ¿Qué llegará a buen puerto? Ni idea, igual hay tres largometrajes, cortometrajes también tres o cuatro.
Lo más próximo en estreno será el cortometraje de Luis Larrodera, ‘El peor oficio del mundo’, en enero o febrero, pero por decir algo y ser creativa en la fecha (se ríe). También trabajo en los programas de Aragón TV ‘La pera limonera’ y ‘Basura o tesoro’.
Desde que era un niño ha tenido el impulso, el instinto y la intuición de hacer reír. Con raíces en Tardienta (Huesca), Rafa Maza se inició en la carrera militar y estudió Historia, pero siempre tuvo el humor como objetivo y prioridad en su vida. El actor y cómico igual te presenta una gala, que te llena un teatro o te clava una interpretación en una pieza audiovisual, es un auténtico todoterreno.
Su alter ego es Fabiolo, de quien dice haber aprendido mucho por el carácter alegre y desenfadado del personaje que él mismo creó. Aprovecha estos días de verano para “cargar pilas” en Tardienta, pero antes pasamos una tarde muy divertida, como es Rafa, charlando sobre la vida y su trayectoria en este nuevo Secuenciando a. Localización, el Parque Grande de Zaragoza, ciudad a la que volverá en octubre con su espectáculo más viral ‘Fabiolo Connection’.
Rafa, imagina que llega un marciano a la tierra, pongamos que es Gurb, el personaje de Eduardo Mendoza, y pregunta: ¿quién es Rafa Maza?
Empezaría por la palabra comediante y le diría que soy alguien que, de siempre, he sentido el instinto de hacer reír a los demás. Lo he mantenido hasta ahora, porque me sale como un impulso, y luego me he formado como actor. Pero de niño no pensaba en ser actor de películas, no quería ser Paul Newman o un actor dramático, me gustaba Chaplin, Jerry Lewis, los cómicos ingleses, los Monty Python, los cómicos del ‘Un, dos tres’, ‘Martes y trece’, La Codorniz, Jardiel Poncela, la tradición del humor absurdo en España.
¿Qué soñabas ser cuando eras pequeño?
Como se me daba muy bien el ejercicio físico, la educación física –lo ganaba todo, las carreras, el atletismo–, tenía esa cosa de dedicarme al deporte. Pero mi padre es militar, ya jubilado, y lo veía como algo aventurero. Mi padre me dijo: “tienes que ser militar” y ahí tuve una crisis de identidad, porque me puse a estudiar después del instituto para la Academia General Militar, pero pensé “dónde me he metido”, porque nunca había perdido el deseo de querer hacer reír.
¿Dónde estudiaste?
Estudié dos años en Ronda, en Málaga, en un centro para hijos de militares. Pero después estudie letras, Historia. En segundo de BUP me di cuenta de que lo mío eran las letras y de que tenía sensibilidad poética, cuando una profesora quiso leer mi texto en literatura porque le pareció muy bonito. De hecho, cuando estudiaba en Ronda me llamaban el poeta. Tras decirle a mi padre que no quería ser militar, estudié Historia en Zaragoza, la acabé y me fui a Madrid a estudiar arte dramático.
¿Te gustaba Historia o la estudiaste un poco forzado?
Me hubiera gustado estudiar Filología también, pero no quería perder el tiempo, quería irme a Madrid y pensé: “estudio el primer ciclo de Historia y me voy a Madrid”. Con Historia podía estudiar optativas como literatura del Siglo de Oro, cultura y mentalidades de la Edad Moderna, de la Edad Media, literatura grecolatina. Quería tener una base para irme a Madrid y me quería quitar esa espinita de las letras, así que me licencié en Historia.
«Cuando llegué a la RESAD en Madrid me eché a llorar al pensar que lo había conseguido, que iba a estudiar lo que siempre quise hacer»
¿Cómo fue tu llegada a Madrid y a estudiar teatro?
Fue muy ilusionante, no me lo creía. Tenía 23 para 24 años, ya había estudiado Historia en Zaragoza, había hecho teatro universitario aquí, trabajado en eventos, hacía cumpleaños, comuniones, hacía malabares, me metí en el mundo del clown, había hecho campamentos de verano y tenía cierta formación. Al llegar a Madrid recuerdo ver esa curva donde está la escuela de la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) y echarme a llorar, pensar que lo había conseguido y que iba a estudiar lo que siempre quise hacer. Tenía 24 años, no 18, pensaba que ya había llegado tarde y fue como volver al cole, porque las asignaturas eran divertidas, hacíamos acrobacias, expresión corporal, literatura dramática, mimo, interpretación…
Éramos muy poquitos, once en clase, y era un privilegio tener a tantos profesores y empezar a empaparme del teatro gestual. Terminando la RESAD me llamaron del Centro Dramático de Aragón para hacer ‘Las tres hermanas de Chejov’ y antes me habían becado para irme a estudiar en un proyecto europeo de actores, con el que pasé un verano maravilloso en Italia, en Francia y Portugal. En ese proyecto hicimos ‘El sueño de una noche de verano’ y me dirigió el actor italiano Carlo Cecchi.
Al acabar la RESAD hice más cursos del actor ante la cámara, castings. En uno de ellos, la actriz Carmen Utrilla me dijo que yo servía para hacer de malo. También entonces comenzó ‘El Intermedio’ y me llamaron para hacer la voz de Jiménez Losantos.
Uno de mis primeros pinitos en la tele fue en la serie ‘Hermanos y detectives’. Un día, en 2007, me desperté y vi en una página web que buscaban a un actor que hablara japonés. Les envié un audio presentándome en japonés (no lo habla, aunque con lo que escuchamos en la entrevista nosotras nos lo creeríamos). Me llaman y me dicen que están entre otro chico que había estado en Japón y yo, pero que yo hablaba muy fluido, así que me cogen y me dan un texto en japonés. Pido ayuda a un compañero de la RESAD y llego el primer día al rodaje con Assumpta Serna, cuyo personaje visitaba un colegio de niños superdotados, hablaba a un grupo de niños japoneses y yo era el traductor. Cuando le dije al director que en realidad no hablaba japonés, se quedó en blanco. Pero lo más surrealista es que los que hacían de japoneses eran chinos, a quienes conocía de Malasaña, ¡y ese capítulo salió! (ríe).
Tras esa primera toma de contacto con la ficción televisiva, continué haciendo castings y cursos. Uno de ellos, con la Unión de Actores, con Susan Batson, que fue un antes y un después, porque la coach de actores me dijo que tenía que estar en un teatro actuando porque era muy bueno, y me busqué un teatro.
¿Fue tu impulso para empezar?
Sí, porque con la crisis de 2008 yo hacía un espectáculo de malabares en la calle que triunfaba en Madrid. Me empecé a meter en teatro, decidí embarcarme más en el mundo de mis proyectos, ver que podía vivir de actuar, pero en el teatro, me busqué una persona que me llevara, comencé a ir ferias de teatro, me hice autónomo.
Creaste también tu propia compañía
A finales de 2012-2013 empecé a hacer el primer espectáculo con Fabiolo, me presento en la feria de Huesca y a los programadores vascos les encanta. Son los primeros que me empiezan a contratar, entro en la red del País vasco y me empiezan a llamar, a preguntarme por mi caché, y a cerrar fechas. A raíz de eso y de que siempre he actuado en Madrid con mis espectáculos, llevo ya tres producciones, empiezo a girar.
Un paso importante fue presentar la gala del Festival de Cine de Fuentes de Ebro. Ahí me ve gente de ‘Oregón TV’, el director del certamen, José Antonio Aguilar, me trata con cariño especial y me anima a conocer gente y allí conozco al director José Manuel Herraiz (con quien ha trabajado en su último corto ‘Vuelve con mamá’ por el que ganó el Premio Simón del Cine Aragonés a mejor actor), entre otros.
¿Qué supone para ti ‘Oregón TV’?
‘Oregón’ está siendo muy importante porque da muchas tablas a nivel de comedia en televisión y esa sección que tengo de piso compartido es un poco Friends para todos los públicos. El oficio de actor es un oficio artesanal y hay que estar. Decía Anthony Hopkins, que para mí es un referente en todo, que no hay proyecto al que un actor que comienza tenga que decir que no, hay que hacerlo todo porque es experiencia y no sabes dónde te va a llevar una cosa o la otra. Por eso me dijeron de hacer de jurado de ‘Jotalent’, y aunque de jota no sabía, dije sí.
«Fabiolo ha enseñado mucho a Rafa, con su actitud desenfadada y de aprender a ponerse en ridículo él primero»
Has creado un personaje muy icónico, Fabiolo, pero ¿de dónde surge?
Fabiolo nace un poco en la calle. Yo estaba en ‘El Intermedio’, haciendo otras producciones con otras compañías y me iba al Retiro a entrenar, a correr, me llevaba mis pelotas de malabares, mis mazas, y conocí a un brasileño que hacía semáforos y también entrenaba en el Retiro con el monociclo. Un día lo acompañé a ayudarle a hacer semáforos y pensé en hacerlo también. Me puse a hacer malabares en un monociclo debajo de mi casa y con una hora allí vi que ya no tenía que trabajar de otras cosas.
Un día me metí en un bazar y compré tres raquetas por siete euros cada una, para hacer malabares con las raquetas. Me vestí de tenista y me fui a la Caja Mágica, el primer año que abrió, a la final del Madrid Open, pero fue un caos de coches y pensé: “qué horror, a qué vengo yo aquí”. Al regresar a casa me llegó la canción ‘Estoy loco por el tenis’, que ponía Gomaespuma en su programa por las mañanas, y pensé en hacer el show con esa canción.
Entonces me imaginé el personaje: años 70, Manolo Santana. Me fui a Malasaña, me compré un polo de segunda mano vintage azul celeste, unos pantalones, calcetines y me fui al Retiro con un radiocasete a pilas a interpretar la canción. Después me compré un aparato con micro y comenzó a salir ese personaje pijo (en 2009).
Lo hago dos años, al tercero paro, me voy a Shanghái –a actuar en el pabellón de España en la Exposición Universal de 2010–, y cuando regreso en 2011 me dice un amigo que fuera a una fiesta de cumpleaños vestido de tenista. Ahí retomo el espectáculo en la calle y un tío que tenía una sala de teatro me dice que quería que estuviera en su sala. Al año siguiente nace el primer espectáculo ‘Tenis show’; después le pongo nombre al personaje, Fabiolo, y tras ver un anuncio de Loewe que decía ‘solo Loewe’, le pongo nombre al espectáculo, ‘Solo Fabiolo Gran Slam’. Lo estreno en el Teatro Alfil el 11 de junio de 2013; y antes ‘Tenis show’ se había estrenado el 27 de noviembre de 2012. Así, algo mío entra al escenario.
¿Qué tienes de Fabiolo y qué tiene Fabiolo de ti?
Ahora ya tiene mucho. Creo que Fabilo ha enseñado mucho a Rafa, destacaría su carácter de vivir la vida con alegría, con actitud desenfadada, de bufón, de clown, de aprender a ponerse en ridículo él primero y luego poner en ridículo a los demás. El escritor, director y guionista Ray Loriga me dijo que funcionaba porque yo era el primero en ponerme en ridículo con los gestos, la vestimenta, y luego podía ridiculizar a los demás, y que los chistes tienen que caer de pie y los míos lo hacían.
Siempre has estado vinculado al humor, casi podríamos decir que estabas destinado a ello, pero ¿es lo más difícil, hacer reír a la gente?
Sí, pero como he tenido ese impulso desde niño, cada vez me lo creo más, desde la humildad y desde ese carácter aragonés de no presumir de lo que no eres, pero siempre me han dicho que me lo tenía que creer más.
¿Lo tuyo es pura pasión por el teatro y los escenarios?
Sí, sin duda. Solamente lo que es el edificio, un teatro, ver el escenario y el patio de butacas ya me generaba de niño una fascinación, quería estar ahí. Y sin embargo, no era una persona que quisiera mostrarse o que fuera súper extrovertido; de hecho me echaban para atrás los actores muy extrovertidos.
Si no estuvieras subido en un escenario, ¿a qué te estarías dedicando?
A esto. Volvería a salir a la calle, he aprendido muchísimo en la calle. He aprendido qué es un teatro, porque a veces en la calle uno tiene que generar la experiencia teatral, y si no tenía un escenario, me lo inventaba y seguro que me lo volvería a inventar. De hecho, fue lo que pasó en la pandemia. Nos encerraron en casa, tenía actuaciones cerradas que se cayeron y ¿qué hice? Vídeos, y ese fue mi escenario y lo hice inconscientemente. Había que asumir que no podría subir al escenario y empecé a darle a la creatividad, y soy conocido por los vídeos de la pandemia.
Eres un gran imitador, pero ¿imitador se nace o se hace?
Aristóteles dice que el principio del aprendizaje es la mímesis, imitar, que los niños empiezan no aprendiendo, sino imitando. Yo en el colegio, sin querer, imitaba a los profesores, de escucharles me salía solo. Y me gustaba eso. A veces envidio a un Carlos Latre que se lo prepara bien; a mí me sale espontáneo y me cuesta. ¿Qué pasaría si me lo preparara un poco más? El acento africano (lo imita, como ejemplo) fue un ejercicio de la RESAD, porque quería hacer la historia de un africano que llega en patera y me fui a Lavapiés y solo así de escuchar cogí el acento de Senegal.
«Es un privilegio trabajar desde, por y para mi tierra, Aragón, pero que también sirva como impulso»
Te hemos visto recientemente en el corto aragonés ‘Vuelve con mamá’ y en distintos trabajos en Aragón, ¿qué supone para ti trabajar en tu tierra, cuando estás triunfando en toda España?
Es que hay que empezar por ahí, por trabajar en tu tierra. No solo me siento afortunado, sino que es un privilegio trabajar desde, por y para mi tierra, pero que también sirva como impulso. Porque nunca me fui de aquí, nunca me llegué a ir del todo. Siempre he tenido ese vínculo y he podido vivir en Madrid porque he trabajado en Aragón, porque me han salido actuaciones en pueblos en verano y me ha dado dinero para seguir viviendo en Madrid. Ahora creo que Aragón está siendo el motor de hacer cosas, tanto en televisión, en el teatro, ahora estaré en el Pilar los diez días en las Esquinas (con ‘Fabiolo Connection Match to the future’).
Tengo dos ciudades talismán: una es Zaragoza y la otra es San Sebastián, donde siempre trabajo. También Teruel, con el Desafío Buñuel; Huesca y Sevilla.
¿Qué te satisface más de tu trabajo?
Lo más estimulante ha ido evolucionando con cada año, pero ahora el cariño que recibo de la gente me resulta supermotivador, estimulante y me da ganas de seguir, de esa cosa de creérmelo un poco más, eso me ayuda. Igual es porque lo intento hacer desde la naturalidad o desde la buena voluntad de hacer un vídeo gracioso y que luego la gente te agradezca que les hagas reír…
¿Quiénes son tus favoritos del audiovisual aragonés?
Me gusta mucho Paula Ortiz, con la que tuve la suerte de coincidir en un campamento de teatro en verano con 18 años; con José Manuel Herraiz queremos hacer algo más; José Delgado me llamó para ver si hacíamos esa película de Fabiolo tipo Torrente; me gustaría conocer más a Ignacio Lasierra, me gustaría trabajar con él; también con Alex Rodrigo, con quien estuve en el Festival de Huesca y que se llevó buena sensación mía de la serie ‘El último show’; con Carlos Val; me gustaría conocer a Pilar Palomero. Del audiovisual aragonés destacaría la iniciativa ‘Desafío Buñuel’, que es para mí una experiencia muy bonita, inmersiva, es vivir el cine, una fiesta, y allí tuve al suerte de conocer a Verónica Forqué y a otros actores.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Ahora descansar, que tiene narices que sea un proyecto; también el espectáculo de Fabiolo Connection; nuevos retos en televisión; y me gustaría, sería un sueño, hacer ‘Fabiolo, la película’, pero también que confiaran en mí para un proyecto o película, una sorpresa con un papel en una peli guay, me encantaría llevarme esa sorpresa.
¿Y te pasarías al drama más profundo si fuera el caso?
Claro, sí. Lo difícil es hacer reír y Carmen Utrilla ya me dijo que yo valía para hacer de malo (ríe).
Estudió Empresariales, trabajó en la Base Americana y, después, se convirtió en fotógrafo antes de llegar a su actual empleo como técnico en marketing internacional. Pero desde pequeño amó el cine y esa pasión le ha llevado a ser cineasta, ayudante de dirección, actor, locutor, guionista, productor y director de teatro. Es, además, presidente de la Academia del Cine Aragonés (ACA) desde el año 2016.
Quedamos con Jesús Marco Murillo en un espacio muy apropiado para celebrar este fin de semana el Día de Aragón, el Parque Tío Jorge en Zaragoza. En este nuevo Secuenciando a, hablamos con el director de su carrera profesional, del audiovisual aragonés y del presente y futuro de la ACA.
¿Cómo surgió tu amor por el cine?
Le debo mucho a mi madre, que es una gran cinéfila. Ella coleccionaba los panfletos que daban en los cines y, desde muy pequeño, me decía si había visto tal película, que era muy buena; ahí empezó. Además, iba al colegio Maristas y había un cine abierto al público todos los sábados y domingos por la mañana y yo iba a ver lo que fuera, daba igual lo que pusieran, que iba a verlo. Así, cada vez me gustaba más el cine y era una forma de evadirme.
¿Qué significaba poder ir al cine todos los fines de semana?
Siempre buscaba los entresijos de ver cómo se había hecho esa película, esos efectos, aunque a esas edades disfrutaba de la misma historia que estaba viendo. Recuerdo que salíamos al acabar la película, nos escapábamos al patio del colegio y nos poníamos a emular lo que habíamos visto. Si era una de mosqueteros, una de mosqueteros, o de espías, vivía las historias.
¿Las vivías desde el punto de vista del protagonista o también te ponías detrás de la cámara con tus compañeros?
También. Jugábamos a representar lo que habíamos visto, siempre llevaba la voz cantante y, de pequeño, reunía a mis amigos para poner las películas que tenía en un Cinexin. Después, animado por un profesor de Maristas que vio que valía para eso, hice teatro. El profesor hizo un concurso, había premios, nuestro grupo ganó y yo me llevé el premio a mejor actor. A raíz de eso, el profesor me regaló un libro de teatro contemporáneo, empecé a escribir mis propias obras y logré que se representaran en el colegio, pagando entrada el público. Representamos tres obras de teatro que me inventé, con los compañeros de clase como actores.
¿Qué temas te interesaban entonces?
La comedia. Las tres obras que hice fueron comedia pura y dura. Una fue ‘El pequeño Draculín’, me inspiré en una película de Mortadelo y Filemón que vi en el cine y el protagonista era yo. Para las otras dos busqué en la Librería General alguna obra o novela que pudiera adaptar y adapté ‘Tom Sawyer, detective’. Además, con 13 o 14 años, Alejandro Dumas y los tres mosqueteros eran para mí un referente e hice otra obra de teatro titulada ‘Los tres mosqueteros y medio’. Esos fueron mis inicios en el mundo de la farándula; me hubiera gustado hacerlo en cine, pero no tenía dinero, ni medios, ni nada y en aquella época te autoconvencías de que no ibas a poder hacer nada nunca de eso porque eso, era para otra gente con más medios o suerte, o lo que fuera.
«Mi primer cortometraje fue ‘El pañuelo’, una historia sobre un amor que nunca muere»
¿Cómo llegó ese momento de empezar a hacer cine?
A la vejez, viruelas. Tenía esa espinita clavada de que no me había podido dedicar profesionalmente a algo audiovisual. Trabajaba entonces en la Base Americana, pero los americanos se fueron y nos echaron a todos a la calle y pensé en qué hacer. Había estudiado Empresariales, pero no me gustaba, era algo impuesto por exigencias familiares, y a la vez en el primer año estuve en la Escuela de Arte Dramático, pero hice caso a mis padres y me decanté por lo que no me gustaba.
Al quedarme en el paro, al cerrar la Base Americana (1992), pensé que era una oportunidad, aunque en esa época no había el movimiento que hay ahora de cortometrajes, no se hacían apenas. Pensé que, ya que no podía contar historias en cine, las contaría en fotografías, y monté un estudio de fotografía del que viví durante más de diez años. En esa etapa tuve acceso a los medios, conocí gente que hacía vídeos y me lancé a hacer el primer cortometraje, que me costó 10.000 pesetas y lo hicimos con la colaboración de amigos y familia. Se llama ‘El pañuelo’ (estrenado en el año 2000).
¿Y de qué va?
Mezcla la fantasía, jugando un poco con el tiempo. Trata de un soldado que estaba en los Balcanes y que, de repente, se encuentra con un soldado de la Guerra Civil española. Es sobre el amor eterno, el amor que nunca muere, porque este soldado español es un fantasma que se había quedado vagando y se aprovecha del otro soldado para darle el último mensaje a su amada, un pañuelo que ella le da cuando se va a la guerra y, como él muere, no regresa. Y el soldado aprovecha esa ocasión para que vuelva a ella, ya anciana, antes de que también fallezca.
Pasaste de la comedia en teatro a una fantasía dramática en audiovisual.
Totalmente. No he sido capaz de hacer comedia en cine. Tengo un trabajo, ‘Tacones de Stanislavsky’, que es una comedia. Pero con lo costoso que es sacar adelante un proyecto, y lo mal visto que estaba llevar comedia a los festivales y es difícil, pues pensé en hacer cosas serias, temas que me interesaran, denuncia social. Quitado ‘Tacones de Stanislavsky’, que el guion en principio no era mío y luego lo adapté, lo demás son todo dramones.
¿Cuáles eran tus referentes en el audiovisual a la hora de empezar a trabajar?
A veces lo he pensado, pero tengo tal mezcla, me pasa igual con la música, me gusta toda clase de música siempre que sea buena, que me llegue, y en el cine me pasa igual. Puedo ser un gran admirador de Akira Kurosawa, que es un gran contador de historias, pero también me gusta el cine más comercial, como el de Spielberg, el cine de acción, bélico, los musicales. Tener un referente al que querer copiar, no, aunque sí que tomas cosas de uno y de otro.
Scorsese me gusta mucho, por ejemplo, sobre todo el estilo visual, de los planos, igual que Spielberg, es otro maestro. O el cine clásico de Chaplin, el cine negro de los 40 y 50. A veces he intentado simular la estética visual del impresionismo, y de enfocar la cámara de Orson Welles, en ‘Ciudadano Kane’ o ‘El tercer hombre’. Me gusta mucho jugar alguna vez con grandes planos secuencia, que son un reto para un director, porque bien hechos me encantan y siempre que puedo intento meter alguno.
¿Qué trabajo destacarías de tu carrera y por qué?
Quizás el que más cariño puede que le tenga, porque fue el primero y fue un reto, sin dinero, con condiciones climatológicas adversas, es ‘El pañuelo’. Si ahora lo tuviera que volver a dirigir no lo haría como entonces, cambiaría muchas cosas porque era mi primer trabajo y cada vez que lo veo, veo los fallos que cometí, pero le tengo un cariño especial al guion, creo que es el más redondo que he hecho. Y también lo gocé dirigiendo ‘Al, uno de tantos’, con Jesús Guzmán como actor, por lo que pude aprender de un actorazo como es Jesús Guzmán, y por la historia. Quise adentrarme en el mundo del Alzheimer, de cómo se puede sentir una persona con esa enfermedad. Esos dos son de los que más orgulloso me puedo sentir, aunque de los demás también.
Es inevitable querer corregir o ver errores en los trabajos realizados…
Siempre, a veces pasa mucho tiempo sin ver nada y un día te pones a revisar y piensas “por qué he hecho esto así, por qué puse la cámara allí y no en otro lado”. Siempre pensando “si ahora lo volviera a hacer, lo haría de otra forma”, pero ahí queda, es un proceso y cada vez vas aprendiendo más, nunca acabamos de aprender. Y otra de las cosas que me ha valido y que he hecho bastante es de ayudante de dirección con gente muy distinta entre sí, desde Fernando Usón, Sadie Duarte, Raúl Guíu, y son muy distintos a la hora de dirigir, pero eso te aporta mucho porque ves cómo dirigen otras personas. Es una de las facetas, además de como realizador, en la que más disfruto.
Eres director, ayudante de dirección, director de teatro, productor, guionista, locutor, actor, ¿qué destacas de cada faceta?
Lo más cómodo quizás es ayudante de dirección, porque tienes una gran responsabilidad como mano derecha del director y te tienes que saber la película igual o mejor a la hora de afrontar un rodaje, pero la carga es menor, porque la responsabilidad la tiene otro. Otra faceta muy cómoda es poner voz, hacer locuciones, porque lanzas el texto y ya está.
Del resto, lo primero que hice fue ser actor, con 14 años, y es una de las cosas que me encanta y me gusta muchísimo, aunque quizás es una de las facetas que menos estoy haciendo porque me tienen asociado como realizador y no se acuerdan nunca de que como actor llevo una larga trayectoria. He sido profesor de teatro y ahora dirijo un grupo de teatro amateur, en el que nos lo pasamos muy bien.
¿Qué se necesita para vivir del audiovisual?
Estar en el momento adecuado, en el sitio adecuado y tener mucha suerte. Además de si vales o no vales, si no vales por mucho que estés…, aunque es discutible porque hay gente que no vale y ahí está. Con la edad que tengo se me pasó el tren hace mucho tiempo; si ahora me pillara con veinte años no haría lo que hice, porque quería estudiar cine en Madrid, pero no me dejaron mis padres e hice caso. Si ahora volviera atrás no haría caso, me iría a ver qué sale.
Ahora hay más facilidad y formación.
Es que antes no había nada en Zaragoza, existían los cineclubs, pero profesionalmente no te lo planteabas, la única manera era irse a Madrid o Barcelona a la escuela de cine, que costaba mucho dinero. Y al final te convences tu mismo pensando en que te conformarás con ir al cine, pero ahora es una gozada, en las escuelas públicas puedes estudiar realización, producción, aquí mismo en Zaragoza, si no tienes la privada.
Aquí estaba la Escuela de Arte Dramático, pero el título no era oficial, no te garantizaba una salida profesional y más en Zaragoza. Podías hacer tu compañía de teatro amateur, pero me autoconvencí, estuve muchos años no queriendo saber nada, pero al tener la posibilidad de coger una cámara y un foco, lo hice y hasta ahora.
«Estar en la Academia del Cine Aragonés es una manera de vivir el cine y es una ventana para que la sociedad aragonesa conozca lo que se hace en Aragón»
¿Cómo ves el panorama audiovisual aragonés?
Está muy bien y a las pruebas me remito. Raro es el año que no tengamos algún aragonés nominado a los Goya y es por eso mismo, ha habido mucho acceso a la formación, gente con talento y que se forma ya tiene las herramientas adecuadas para sobresalir. Y llevamos muchos años en que las ayudas al audiovisual han hecho mucho bien. Antes no existían, no había nada, ni un duro de ninguna institución, pero se han ido concienciando de que merece la pena aportar y ayudar a la gente joven, lo que ha hecho que gente bien preparada se haya lanzado a hacer cortos, que han ganado festivales, han llegado ayudas a largometrajes. Y eso ha hecho que tengamos a Paula Ortiz, a Pilar Palomero, a Javier Macipe, que son el futuro del cine no ya aragonés, sino del cine español, porque el cine es global.
¿Se podría hacer algo más para darle otro empujón al sector?
Sí, dedicar más presupuesto. Tener en cuenta que a veces las ayudas salen muy tarde, lo que hace que gente que está en el proceso al final no puede hacer su proyecto por no poder adelantar el dinero; aunque poco a poco se ha dado cuenta la administración e intentan que las ayudas salgan cuanto antes.
Con Aragón TV lo mismo, tenemos una televisión autonómica que gracias a Jaime Fontán (jefe de producción de Aragón TV, fallecido en 2021) apostó por el cine aragonés. Y falta otro pilar que es la privada, que se den cuenta de que si invierten en cine aumentarán las posibilidades de hacer más largometrajes en Aragón.
Eres el presidente de la Academia del Cine Aragonés y próximamente se celebrará una nueva edición de los Premios Simón, ¿nos puedes hacer algún spoiler de cómo será la gala?
Se va a hacer en Huesca, por fin, que era una de las reivindicaciones que teníamos como Academia, que no se hicieran solo en Zaragoza. El año pasado lo hicimos en Andorra (Teruel), con grandes problemas climatológicos, y este año la iniciativa no partió de nosotros, porque tras la experiencia del año pasado no nos apetecía mucho movernos, pero ha habido mucho interés por parte de Huesca, porque este año es el 50 aniversario de su Festival de Cine y querían dedicar el año 2022 al cine en Huesca. Tuvimos reuniones, nos convencieron y lo haremos en el Palacio de Congresos el 25 de junio, a las 20.00 horas.
Este año se han recibido 43 trabajos audiovisuales, que votan los miembros de la Academia para completar la lista de nominados en cada categoría ¿En qué fase están los trabajos presentados a concurso?
En este momento estamos en la fase de que se tienen que estar viendo ya los trabajos presentados y votando para que a mediados de mayo se conozcan los nominados. Cuanto más vote la gente ahora, más justo es el resultado. Como se tienen que votar a tres trabajos se evitan favoritismos, se vota porque ha gustado el trabajo y eso es fundamental. Lo que suele pasar es que la gente vota poco en la primera fase y luego se vota en la segunda, cuando tendría que ser al revés casi. Votar más en la primera fase y también en la segunda, cuanto más mejor.
Se ha notado este año la pandemia en el número de cortometrajes, ha habido un bajón porque la pandemia frenó los rodajes. En cambio, tenemos tres largometrajes a concurso y muchísimos documentales. Es lógico, porque en cuanto a la vida comercial de un proyecto, para un realizador o un productor es más fácil recuperar el dinero invertido con un documental y la gente se ha volcado más. Además, son de gran calidad, puede que seamos la comunidad que más documentales hace.
Llevas desde 2016 como presidente de la ACA. ¿Qué significa para ti la Academia?
Desde el año 98, cuando nació la Asamblea de Cineastas Aragoneses e hice mi primer corto, busqué de alguna forma relacionarme con gente que hiciera lo mismo que yo y ahí fue cuando conocí esta Asamblea. Desde el principio me involucré mucho, sin tener ningún cargo ni aspirar a tenerlo, porque es una manera también de vivir el cine, ya que no puedes estar rodando todos los años, es una manera de estar vinculado al mundillo del cine en Aragón y en Zaragoza, viviéndolo de otra forma. ¿Qué significa? Todo mi tiempo libre lo dedico a esto, a veces con los sinsabores de un cargo de responsabilidad que ejerces por amor al arte, pero acompañado de un equipo que curra mucho. Cuando deje de ser presidente seguiré vinculado y trabajando.
La razón de ser de la Academia es promocionar y dar a conocer el audiovisual de la zona. Si no existiera la gala de los Simón, la gran mayoría de los aragoneses no conoceríamos el audiovisual que se está haciendo en Aragón más que los tres o cuatro poquitos que cada año están nominados a los Goya. De esta forma, es una especie de ventana para la sociedad aragonesa que tiene la oportunidad de conocer de primera mano qué se hace dentro del mundo audiovisual. Pero la ACA no solo son los premios, a lo largo del año intentamos aportar nuestro granito de arena en formación audiovisual, divulgación y actos como proyecciones, cursos, talleres, exposiciones.
¿Hacia dónde dirige su futuro Jesús Marco?
(Ríe) A estar como estoy. La pasión que siento por el cine no se me va a pasar nunca, aunque me jubile o deje de ser presidente de la ACA, porque tienen que venir generaciones jóvenes a tomar el relevo, pero seguiré colaborando como uno más, aportando lo que haga falta y haciendo lo que se me pida, como ayudante de dirección, como actor, lo que sea. Y apoyando a la Academia en lo que me pida.
También tengo proyectos propios, tres o cuatro, que se han quedado por el camino porque veo complicada la financiación. Prefiero colaborar con proyectos de otros, egoístamente sufro menos, y dedicarme más a fondo a la Academia. Aunque si conocéis a algún productor que ponga la “pasta”, le presento tres o cuatro (ríe).
De los pueblos del Prepirineo y el Somontano a conquistar el corazón de los espectadores españoles desde el Asturiano, en su papel como Manuela Sanabria en ‘Amar es para siempre’. La zaragozana Itziar Miranda siempre quiso ser actriz y es una todoterreno en el mundo del audiovisual y el teatro, facetas a las que se suma la de escritora, con sus propias colecciones de libros infantiles y juveniles editadas por Edelvives. Se trata de la «colección Miranda» sobre biografías de mujeres pioneras y excepcionales, y la reciente «Miranda y Tato», una colección de libros de aventuras sobre los ODS (objetivos de desarrollo sostenible) de la ONU, escritos junto a los también aragoneses Jorge Miranda y Nacho Rubio.
Amable, accesible, siempre sonriente, nos encontramos con la actriz con motivo de su visita a Zaragoza para participar en una de las charlas organizadas por los Feroz, que celebrarán su próxima edición en la capital aragonesa, dedicada a las series diarias y a la que también acudió el director de ‘Amar es para siempre’, el zaragozano Eduardo Casanova. En el Teatro Principal conocemos a la actriz, la escritora y la persona en este nuevo Secuenciando a.
¿Cuándo surge tu deseo de ser actriz?
Empezó en la niñez. Mi padre era médico rural en diferentes pueblos de la provincia de Huesca, pasó muchos años en Estadilla, y mi madre montó una compañía de teatro, tanto para niños como para adultos. Me he criado en el teatro del pueblo, ensayando y viendo obras y también viendo a la compañía de adultos y aficionados, y ahí sí que me entró el gusanillo. No podía ser otra cosa. Además, tengo una tía actriz, Rosa Vicente, que estuvo en la compañía de Nuria Espert, mi prima Laura también era una gran bailarina de la Compañía Nacional de Ballet de Cuba, y estábamos todos bastante vinculados al teatro.
¿Cuándo das el paso de ponerte a estudiar interpretación y te vas a Madrid?
Me fui un poquito antes de empezar los estudios, con 17 años, pero con la idea de estudiar arte dramático en Madrid y fui directamente desde Estadilla, que era donde vivía en ese momento, a Madrid.
¿Cómo son tus primeros trabajos en Madrid? ¿Qué recuerdas de aquella época?
Recuerdo presentarme a todos los castings del universo, recibir muchos «no» y no me importaba, yo sabía que esto era para mí, que quería vivir entre el teatro y los platós y que era mi sitio natural. Sabía que era una carrera de fondo, de velocidad, me preparé mucho, me formé mucho, seguí presentándome hasta que de repente empezaron los «sí» y reconozco que hay un factor suerte importante en la profesión, aunque es verdad que siempre la suerte y el trabajo van de la mano, pero he sido una afortunada. También soy muy trabajadora y muy constante.
Foto de Secuenciadas
«Manolita es uno de los personajes más bonitos que se han escrito en la televisión española»
Entre otros personajes, te conocemos por interpretar a Manolita en ‘Amar es para siempre’, ¿qué ha supuesto este papel en tu vida?
Manolita es un regalo, es uno de los personajes más bonitos que se han escrito en la televisión española, es cómo se puede entender una sociedad a través de nuestras mujeres, de nuestras madres y nuestras abuelas y de todo lo que ellas hicieron por nosotras. Cómo entendieron la vida y todo el camino que nos han dejado, ese legado que no podemos abandonar, que tenemos que coger el relevo y, con toda nuestra fuerza, seguir manteniéndolo bien alto porque ellas nos dejaron el listón muy alto. Gracias a Manolita soy escritora también y empecé a escribir sobre las grandes mujeres olvidadas y silenciadas, y gracias a Manolita y a su compromiso e implicación con el mundo escribo sobre los objetivos de desarrollo sostenible. No solo me ha dado mucha escuela y oficio, y conocer a casi todo el mundo de la profesión, que ha sido una maravilla, sino que también el bagaje personal ha sido muy grande, y la enseñanza personal.
¿Qué hay de Manolita en ti y de Itziar en Manolita?
Pues ya confundo un poco porque llevamos 17 años juntas y hemos crecido juntas. Yo entré con 25 años en la serie y tengo 43, pero hay una cosa de tirar para delante, de optimismo, de esa fuerza que tiene.
¿Cómo es trabajar en una serie diaria?
Es maravilloso, un regalo, esta cosa que tiene de que no tienes muchas tomas para darlo todo, por lo cual desde el primer momento tienes que estar a flor de piel y a flor de labios. Eso es un regalo, lo dan las series diarias, no tienes tiempo para pensar, solo tienes tiempo para trabajar. Estoy acostumbrada a levantarme muy temprano, a veces me levanto a las cuatro de la mañana para escribir, para que cuando me recojan a las seis me haya cundido ya un poquito el día o la noche, según se mire. Nos cuidan mucho, ‘Amar’ funciona como una relojería y funciona muy bien.
Foto de Secuenciadas
«Trabajar en Aragón y con aragoneses me hace sentir muy en casa»
Te hemos visto también en proyectos como la serie ‘El último show’ o el documental ‘Vilas y sus dobles’, ¿qué sientes cuando trabajas en Aragón o para un proyecto cien por cien aragonés?
Me emociona mucho, porque al final yo soy aragonesa y, aunque lleve toda mi vida en Madrid, siento que vengo de aquí y trabajar no solo en Aragón, sino con aragoneses, me hace sentir muy en casa y, además, lo das todo. El aragonés te lo da todo, no hay concesiones, te dice las cosas como las piensa, y hay algo de exigencia muy grande y de disfrute también, el aragonés disfruta mucho lo que hace.
Además eres escritora, ¿cómo comienza esta faceta?
Mi madre es escritora, mi tío Roberto es un gran escritor y periodista, mi padre escribía también y mi tío Ramón. Vengo de una saga de buenos escritores y siempre nos ha gustado mucho escribir a mi hermano y a mi, pero es verdad que la decisión de empezar con una colección de mujeres seguramente vino empujada por todo lo que he aprendido con Manolita.
¿Por qué te has decantado por la literatura infantil y juvenil?
Creo que lo más difícil de cambiar son los prejuicios y las tendencias y solo se puede hacer a través del relato cultural, de la educación. Vivo de las rentas de mi educación, de vivir en el pueblo en el que viví, de todo lo que aprendí allí y del contacto con la naturaleza. Para mí es tan importante y lo tengo como un referente ético, moral y de educación que si puedo hacer algo por el mundo, que sea con la educación.
¿Sigues el panorama audiovisual aragonés de cerca?
Estamos en la cresta de la ola, pero todo, a nivel literario también con Irene Vallejo, Manuel Vilas, Daniel Gascón, nosotros en literatura infantil y juvenil; el panorama de cine con todos los grandes cineastas, los programas, las series, tantos aragoneses, entre ellos nuestra serie con Eduardo Casanova a la cabeza, creo que estamos viviendo el siglo de oro aragonés.
Foto de Secuenciadas
Itziar Miranda junto al director de Amar es para siempre Eduardo Casanova. ¡Pedazo de profesionales aragoneses!
¿Dónde te podremos ver próximamente?
Tengo dos películas que además van a ser en Aragón y tengo muchas ganas de ellas. Una la va a dirigir Javier Calvo Torrecilla y otra Miguel Santesmases, en el Bajo Aragón en Teruel, y de las dos tengo muchas ganas, ojalá tiren para adelante muy pronto. Y en presentaciones de libros en Navidad aquí en Aragonia para presentar los cuatro primeros libros de la nueva colección de ‘Miranda y Tato’ sobre objetivos de desarrollo sostenible.